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MemoriasPersonal

La silla en la que nunca me senté con nadie

Santiago de niño

Me contaban que de niño era sociable: hablaba, reía, llenaba los silencios con historias. La realidad tenía otra cara. Más de una vez no había nadie al otro lado. Cuando decía que me juntaría con amigos, era un salvavidas para la preocupación materna; la fiesta que mencionaba nunca existió. Mi noche fue un banco de parque, audífonos y la procesión de la ciudad al frente, mientras yo actuaba de extra en mi propia película.

No se lo conté. Ni por vergüenza ni por victimismo; entendí temprano que la lástima es un aplazamiento del dolor y que, al final, esta conversación era asunto mío.

Así que fabriqué otra salida: una interior. Allí sí comandaba la playlist, los diálogos y los finales. Aprendí que el único terreno que domino es mi reacción, no la agenda de los demás.

Me volví observador. La gente era guion; los gestos, pistas; las distancias, subtexto. Practiqué la comedia del acompañamiento: mirar el celular con énfasis, asentir a la nada, ocupar una silla vacía como si fuera la última libre. Fingir amigos exige logística y sensibilidad: hay que mentirle a ojos que han visto más mundo que el tuyo. Pero también te afila. Prefiero llamarlo entrenamiento en empatía involuntaria.

Lo digo consciente de que puede sonar a optimismo fácil:

Con el tiempo entendí que no era una herida sino un ensayo continuado. Había niños que jugaban; otros tomábamos notas. Algunos improvisábamos la supervivencia.

Por eso hoy no cuento esta historia para inspirar ni para excavar tragedias. La cuento porque ilumina una idea más útil: no todo lo que dolió dejó cicatriz; a veces dejó forma. Y esa forma, con sus aristas y huecos, también soy yo.

Categoría:Personal

Sobre el autor

Santiago Anticona

Santiago Anticona

Fundador de Lautie y Argo Intelligence

Escribo porque me hace feliz, y si alguien más se identifica, mejor. Es suficiente con eso.

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