Llega un momento, sin darte cuenta, en el que empiezas a alejarte.
No es porque ya no quieras ver a nadie.
No es porque te creas mejor.
Es porque estás construyendo algo, y cuando lo haces en serio, algo en ti cambia.
Dejas de contestar al instante.
Empiezas a cancelar planes.
Te cuesta mantener conversaciones largas.
Te atrasa escribir "¿cómo estás?" porque ni tú sabes bien cómo estás.
Y no lo notas al inicio. Solo estás ocupado. Enfocado. Con la cabeza llena.
Pero un día te das cuenta de que hay gente que ya no está.
Porque dejaste de aparecer.
Porque no fuiste.
Porque no respondiste.
Y sí… a veces también porque simplemente no te aguantaban ausente.
Entonces el círculo se achica.
Se vuelve más silencioso.
Más real.
Te das cuenta de quiénes siguen ahí, incluso cuando no estás tan presente.
Quiénes entienden tu cansancio, tu distancia, tu necesidad de desconectarte para avanzar.
Quiénes no te miden por cuánto hablas, sino por lo que compartes cuando lo haces.
Y eso duele al inicio.
Sentir que te estás perdiendo cosas. Sentir que te estás alejando.
Pero luego entiendes: no estás perdiendo gente, estás viendo con quién puedes construir también afuera del proyecto.
Con quién puedes compartir lo poco de ti que queda al final del día.
Con quién te dan ganas de volver, aunque no tengas fuerzas.
Porque construir algo te cambia, sí.
Pero también te muestra lo que importa.
Quién importa.
Y a veces, eso es lo que te termina salvando.
Si estás en ese punto ahora mismo, donde todo te absorbe y sientes que el mundo se te va quedando lejos…
no estás solo.
Al otro lado de esa etapa, te esperan menos personas.
Pero son justo las que necesitas.
